Hay guerras que nunca terminan porque nunca llegaron a empezar. Todo un arsenal de sentimientos, de fuegos, de sueños, de despertares y de anocheceres, todo un arsenal de caricias, de pasión, de miradas, que acabaron estallando en el aire, sin darle a nadie.
Pero la tierra, a mi no me engaña, la vi removerse como si una granada la pusiese del revés al estallar, sé que alguna de estas poderosas armas rozó en algún momento sus ojos, y también sus latidos, lo noté en su rostro, en sus pupilas, en sus abrazos, en la manera que tenía de besarme. Lo sentí, sin necesitar más guerrillas de por medio, sencillamente lo supe. También sentí su miedo, junto al mío, pero yo estaba dispuesta a vencerlo, a matarlo y, por supuesto, a enterrarlo.
Desconozco cuál es su guerra ahora, sólo sé que en aquel momento, fué la misma que la mía.