Con la flecha en la mano

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Con la flecha en la mano

He caminado sola, unas veces sin tener nada que decirme, otras sin parar de hablar, y muchas cantándome. Jamás me aburrí. Nunca me sentí aislada del mundo, en esos eternos ratos, me conectaba con todo, sin necesidad de tocarlo. La soledad era relativa, me sentí siempre bien acompañada, mis pensamientos, yo y mis ganas de vivir hacíamos un buen equipo, nunca competíamos por lo mismo, y siempre nos uníamos para conseguir la única cosa que nos importaba.

No necesité paréntesis ni más interrogantes con respuestas monologuistas, sólo un último trago, la ventana abierta y un punto y final. Lejos de querer quitarme la vida, la recobré, los finales pueden ser los comienzos más fuertes, a veces, la vida es como una fiesta sorpresa al doblar la esquina, después de un día de mierda. Nunca fuí de andarme por las ramas, ni de dar rodeos aunque me sobrase tiempo, siempre bien directa, con la flecha en la mano, y con el arco que tensa la cuerda, sin flecha.

Había llegado a «el momento», a ese lugar de espacio partido por tiempo en el que la claridad brilla por su presencia, y las preocupaciones huyen hasta de mí. Sigo sonrojándome por lo que importa, y no me tiembla el pulso por lo que quiero, más presente que nunca, más ausente que siempre, más consciente de lo que no me asusta, sin duda, más valiente.

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