Podría escribir frases muy largas, puntos y seguido eternos, y finales sin sentido, pero no lo voy a hacer. A veces, es bueno escribir con los pies en lugar de con la cabeza, del revés, como si leyese dese el final de la historia hacia el principio, sin ganas de llegar a ninguna parte, deteniéndome en cada página al azar, sin esperar la palabra exacta, ni el revoltijo en el estómago, sin desear nada, en plena libertad.
Miro los árboles, me miran, siguen estando ahí cada día para mí, y yo para ellos. Un avión sobrevuela nuestras cabezas, me recuerda que hay miles de personas viajando en este momento, desafiando la gravedad, despidiéndose y reencontrándose en distintas partes del mundo, llorando, riendo, durmiendo y despertando, viendo amanecer o disfrutando de una velada a la luz de la luna, con la nieve alrededor, o bañándose en aguas cristalinas, otros muchos pasando hambre, sin saber qué es que sobre el agua, ni un plato de comida, con la sonrisa perenne y la danza en los pies desde que abren los ojos, como escudo ante la violencia y la injusticia, que simplemente por haber nacido en esa parte del mundo, les acecha a diario.
Me siento afortunada de estar en este momento en mi humilde balcón, escribiendo, escuchando los pájaros y sintiendo como el día nublado se come la tarde y su puesta de sol porque le da la gana. Sigo aquí, puedo cerrar los ojos, y escuchar el tráfico a lo lejos, puedo escuchar como el viento se cuela por mi casa, haciendo que la cortina del salón cobre vida. Sigo aquí y puedo cerrar los ojos como decía, sin miedo. Puedo permitirme el lujo de no estar en alerta, de que aunque desconozco absolutamente qué pasará mañana, muy probablemente coma como cualquier día y no sea asesinada ni violada. Puedo sentir que este pequeño trozo de mundo que habito es en cierta medida estable, aunque a menudo esa estabilidad se torne borrosa e incierta por miles de sucesos inesperados e incontrolables, pero en este momento, estoy en mi balcón, escribiendo en mi portátil, directamente en el blog y puedo cerrar los ojos, sin miedo, sin tener el corazón en un puño cada vez que pestañeo, podría dormirme aquí mismo, sola, sin que nadie tenga que hacer guardia para protegerme, y no me cabe más agradecimiento en el cuerpo, empañado de agujeros por lo que otros, por desgracia, ni siquiera tendrán la oportunidad de conocer. Me aguarda la esperanza de que algún día los agujeros se hagan pequeños, diminutos, incluso que desaparezcan, y que todo lo que nos depara este mundo, para todos, en cualquier parte del Universo, sea digno de agradecer.
Para todos los que no podéis cerrar los ojos sin miedo a que el corazón os estalle de un momento a otro…