Me miras sigiloso, a distancia, con esos ojos felinos que atrapan, de sobra sé que sonríes sin necesidad de mirar la comisura de tus labios, se inundan de brillo y cambian de forma, no hay quien se mueva en ese instante, con los pies helados y el corazón ardiendo, consigues detener mi tiempo, eres como la gran frase del final de un libro, a veces, tan esclarecedor, otras tan incierto, siempre tan acertado.
Vuelves en sueños cada noche, tu atardecer también, y con él aquellos aires que avivaban sin parar el fuego. Y yo sigo aquí, con todo el verano dentro, ansiando tu invierno, y respetando el espacio que nos hace estallar de deseo.
Aquel sofá nos echará de menos…