Nos hacemos grandes para permanecer pequeños, crecemos pero no avanzamos. La madurez no la regala la edad, está hecha de esfuerzo, de golpes, de valores, de los reflejos en los ojos de otros. Nos engañamos queriendo creer las historias que nos montamos, con sueños construimos el futuro que no existe, y las pesadillas nos devuelven a la infancia, perpetuando nuestra no evolución y nuestro estar.
Pocos se escapan de la madeja, con tesón y firmeza algunos fueron desenmarañando su torpeza, no quisieron creer, lucharon por vivir, por amar sin miedo, por hablar escuchando otra voz, sintiendo el corazón del otro aunque fuese para abrazarse a un final.
A otros la vida nos sacó de la madeja hace tiempo, y tuvimos que crecer confiando en los que jamás abrirían sus brazos, hasta llegar a aprender, da terror ir con el corazón por delante de la cabeza, no es fácil sentir y caminar como adultos, rodeados de niños, con frecuencia nos acompaña la soledad pero nunca el silencio. El silencio repara muchas cosas no dichas antes, pero comunicarse es de sabios.