Desde que llegaste, todo se ha enlentecido, parece que al mismo cuerpo le cueste más moverse, pensar, dormir,…supongo que es propio de tu llegada, siempre acabas frenando en seco el tiempo mientras haces llover ahí fuera, y despiertas con sueños de madrugada para hacerme despertar de otra manera. Al final tendré que agradecerte que lo estés haciendo, aunque a corto plazo no parezca plato de buen gusto.
Eres como el desamor, necesario, síntoma de que existió el amor y preámbulo del necesario invierno. Si fueses eterno, nada con tu llegada se movería y dejarías de ser importante por no gestar nada. Al fin y al cabo, las estaciones, son como las partes del cuerpo, necesarias e inseparables, carentes de sentido sin el resto.
Tras varios días de lluvia, no puedo estar más de acuerdo contigo, el refugio es necesario, es vital esconderse en la madriguera, es de buen pronóstico aceptarlo y hacerlo sin dramatismos, también sin tener que luchar contra la necesidad de movimiento, dejándonos vencer por la apatía decidida en el recogimiento, por la apuesta de una mayor atención a nuestro interior. Al mismo tiempo que caen las hojas, como si mudásemos de piel, vamos despojándonos de antiguos versos, dando la bienvenida a nuevos poemas, dejando la prosa del pasado atrás, para levantar nuevos caminos con nuevas direcciones, rebosantes de una energía caracterizada por la tranquilidad.
Nos hemos encontrado muchas veces, pero no siempre nos hemos visto con buenos ojos, quizás sea el momento de mirarnos de frente y de verdad, sin negar lo evidente, agradeciendo lo que traes y seguros de lo que vendrá.
A mi querido Otoño…