Sudamos el dolor, sin apenas ser conscientes de ello, sin que sirva de mucho, pero sudamos dolor. Nuestros poros necesitan limpiar los residuos y el sudor dejar de ser nuestro, para pasar a ser del mundo.
Estamos sudando cuando lloramos, cuando corremos, cuando reímos, cuando bailamos, estamos sudando dolor cuando amamos. Sudamos dolor tratando de anestesiar el alma, pero es imposible. Toda anestesia pierde su efecto en un período de tiempo determinado, y el cuerpo desarrolla ante ésta, y de un modo muy rápido, habituación. Vuelve el dolor y volvemos a querer sudarlo, volvemos a querer bailarlo, llorarlo, y, por difícil que resulte de entender, en ocasiones, a abrazarlo. A veces, lo que quieres quitarte de encima, de lo que quieres despojarte con todas tus fuerzas, te acaba enamorando.
Me cuesta encajar que el ser humano sea un ser tan racional para frenar el sentir amor y sea tan emocional y tan reacio a desarraigarse del mismo. Todo es dualidad en nuestro interior, siempre hay dos puertas, un sí y un no, un adelante y un frena, dos comienzos, dos finales, dos canciones, dos películas, dos mitades, dos partes de un mismo trozo, y tres estancias, que se debaten el protagonismo de forma constante, mente, cuerpo y corazón. Nunca sabemos quién ganará, es la batalla del instante, no tiene retroceso, ni lógica, aunque algunos traten de encontrarla.
Y mientras sucede, seguimos sudando dolor, sin remedio y sin querer que aparezca nada que nos alivie el sentirlo, pues preferimos sacarlo.
Es nuestra batalla, la mejor que emprendimos y que jamás emprenderemos, y vinimos a lucharla, sin parpadeo alguno, aunque nos haga sudar.
2 Comments
Maravilloso 🙂
Muchas gracias Tormenta! Es uno de los textos más viscerales que he escrito, podía sentir como aporreaba el papel con la tinta de mi dolor, mientras salía de mí.