Rocié de pensamientos inservibles aquella calle, y sin volver la mirada atrás, lancé mi última cerilla encendida de ganas, y les prendí fuego. Chasqueaban, se retorcían, se agarraban al asfalto con la esperanza de sobrevivir. Pero habíamos llegado al punto en el que el contenido no debía ser confundido con el continente, eran ellos o yo, y ya estaba bien de actos masoquistas y arrepentimiento constante.
Ayer, ahogaba sin duelo alguno, las quejas, y hoy quemaba todos y cada uno de los pensamientos que las argumentaban. ¡Me quedé libremente sola! Con la sensación de haber hecho todo lo que tenía que hacer, seguida de un no tener que hacer nada. Acaso había un momento más inspirador que ése…Había conseguido decapitar mi existencia, me había rebozado en impulsos y sentimientos, y la razón se había quedado como el que no sabe inglés, en un país de habla inglesa con un acento ininteligible.
Al fin, me sentía licenciada, licenciada en vivir, sin basura sobrante, sin grises sobre el color, aunque el color fuese caqui oscuro, casi mierda. Ahora sí, preparada para disfrutar la vida, sin titubeos, sin porrazos contra la pared al día siguiente, tras infinitas y resacosas decisiones. Ahora podía mirarme a los ojos y reconocerme, mirar a los demás y detectarlos. Sabía quién estaba a punto de comprar cerillas, quién las escondía bien lejos por miedo a usarlas y quién olía a cenizas de libertad. No hay ojos que puedan ocultar el buen vacío, el vaso ni medio ni lleno, el vaso hueco, al que poder echarle cualquier líquido porque no está hecho para nada concreto. Esos ojos que se atreven a echar «fanta» de naranja en una taza de café, eran inconfundibles, los mismos que podían beber agua toda la noche y sentirse borrachos, borrachos de vida, ciegos de límites, como las camisetas de batalla favoritas, cómodas por el uso, rotas y descosidas. Se podía oler a distancia el estado de cada uno… podía leerlos rápida y profundamente. Sobraban las palabras, se multiplicaban las sonrisas y los llantos, macetas de realidad colgaban de los balcones.
Y yo… seguía sintiendo el fuego de aquella hoguera prendida por mí, en mi interior, sin ser incitada por nada ni nadie, libremente sola, y con una cajita en la mano, vacía de cerillas…..