Corre Ego, corre!

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Corre Ego, corre!

Lo vi correr…como si el viento le apretase en la espalda. Claramente huía, sin saber de qué ni hacia donde. Había pasado demasiado tiempo consigo mismo, lo que vagamente le hizo pensar por unos instantes que huía de él.

Eran tiempos de temblar ante los amores grandes y de crecerse ante el polvo de turno o el inicio de una conquista, pero  sus piernas siempre se quedaban inmóviles ante la posibilidad de quedarse…

Llevaba años tendiendo en diferentes alcobas sus camisas de los sábados y desayunando café en otras tazas. En su cabeza, una irresistible mezcla de perfumes y de distintas tonalidades de carmín, algunos besos que tardaron en borrarse y el acuciante sonido de sus palabras internas «ya está bien, te tienes que centrar».

Que nada se repitiese hasta volverse una constante en su vida era su mecanismo de estabilidad, necesitaba creer que lo que hacía no se debía a una decisión personal, y sólo era fruto de las circunstancias. Hermosa liberación la de compadecerse, enaltecida por el aumento exponencial de excusas, pero la realidad es que estaba cagado de miedo porque aquello había empezado a no aportarle una mierda.

Quieres ser quien no eres hasta que te cansas de no ser nadie, ni siquiera uno mismo. Y de nada sirve correr cuando el viento ya te ha alcanzado. Llegaba ya tarde al tren de la perpetuación y pasaba justo delante de él el vagón del cambio a toda prisa, sólo tenía una opción, correr tras él.

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