Hay saltos que dan vértigo, lo sé, y que jamás darías si no fuese porque lo que hay al otro lado merece enormemente la pena. En esos momentos, es como si nuestro cuerpo se desconectase del mecanismo de supervivencia para no tener ni que escuchar el sermón de los riesgos. Lo ves claro, como cuando ves llover por la ventana y sabes que si sales a la calle te vas a mojar, sabes con seguridad que, pese a lo que miles de voces te susurran, te cantan o te gritan al oído, vas a saltar, con fuerza, sin cogerte a nada, sin dejar huellas para volver, sin conocimiento, sin consentimiento, sin reparo, sencillamente coges aire como si fuese el último que queda en esta parte de tu mundo, en esta parte de la caja, en este lugar que estás a punto de abandonar, coges aire y SALTAS…y en el trayecto no paras de soñar, sueñas y sueñas hasta recrear lo que quieres encontrarte al otro lado, lo imaginas con tanta fuerza, que puedes sentirlo dentro, puedes sentir que te envuelve, te abraza y amortigua la llegada de tus pies contra el suelo. Y sin apenas darnos cuenta, pero conscientes de todo lo que nos hizo saltar, al fin logramos estar donde queremos estar, con esa sensación de libertad que te inunda por instantes, de que ahora mismo, en este espacio de tiempo y de vida, no querrías estar en ninguna otra parte, que no fuese aquí. Y aquí permaneceremos hasta que «el hoy» nos empuje a otra parte, o nos llene del impulso suficiente y necesario para, sin más preámbulos, sin titubeos ni vacilaciones, y con los ojos bien abiertos, volvamos de nuevo a querer coger aire….y SALTAR….