Las estrellas nos hablan cuando no lo hacemos nosotros y aquella noche inundaban mis ojos con sus conversaciones. Recubiertas del aroma de los arbustos y el olor a agua salada rellenaban mi vista de admiración. Qué belleza, qué calma, qué grandiosidad…Nuestro silencio las hacía brillar más, y dibujábamos con nuestras cómplices miradas hasta donde llegarían.

Nada que pueda contenerlas, con su halo infinito se presentan, con su halo infinito desaparecen. Mientras nos engañamos creyendo que nos pertenecen, ellas nos poseen. Quien de verdad mira se queda atrapado por el cielo que conquistan.

¿Serán eternas?

Estuvieron antes de que tú y yo naciésemos, continuaron brillando a pesar de las ausencias, persistirán el día que dejemos de tenerlas presentes y nos apaguemos.

¿Serán fugaces?

Siempre, las bellezas más embriagadoras no se mantienen inmutables, ni lo que se repite o se presenta del mismo modo crea la misma expectación.