Nadie muere de sueños, pero sí de hostias. Las hostias no vienen solas, siempre vienen bien acompañadas, Sabes que después del nombre vienen los apellidos, dejas la puerta abierta y se cierran las ventanas, se te escapan las cosas, te quedas sin nada. Vuelven los sueños a remontar, te levantan en peso, te borran las hostias de la cabeza, y te aseguras de que las ventanas y las puertas queden abiertas al mismo tiempo, sin miedo, con confianza, con la seguridad del hoy sin importarte el mañana, te sientas a comer, te duchas feliz, te duermes tranquila, llaman a la puerta.
Llaman a la puerta, la abres, sonriendo, con un pie ya dentro y otro fuera, le invitas a pasar, con la única intención de disfrutar, las hostias llueven, por delante y por detrás, llegando a calarte por dentro, las puertas y las ventanas, se abren y se cierran, sin descanso, la chimenea no va, no queda postre en la nevera, ni tabaco de liar, las sábanas sin secar, llegas tarde, cerraste tarde, abriste pronto, creiste llegar sin lugar, ni cerraduras ni cerrojos, las invitaciones dejaron de pasar, los sueños se olvidaron de presentarse, necesitas dormir.
Te despiertas, un poco de fruta, una infusión potente y un café, lista para funcionar, pintas las paredes, riegas las plantas, eliminas los restos de polvo sobre el sofá, te adentras en ti, te olvidas de, sales a respirar, llenas la nevera, cambias de postre, dejas de fumar, escribes, escribes, escribes, vuelves a cantar, eliminas las ventanas y las puertas, derribas el muro que más rabia te da, entra la luz, vuelves a soñar, las ostias, como todo en la vida, vienen y van.