Sin orden, con ritmo, sin pausa

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Sin orden, con ritmo, sin pausa

El balcón abierto de par en par, la cortina ondeándose por la brisa veraniega de la noche, colándose de vez en cuando en la habitación, de forma suave pero constante, muy suave pero constante… Sigilosa, subía la música que sonaba en ese momento, y quitándole la cerveza que ocupaba una de sus manos, como el que quita la última prenda de ropa interior, con firmeza pero ternura,  me deslicé sobre su cuello y le susurré dulcemente al oído, «esta noche no necesitaremos el sonido cálido de tu guitarra, esta noche vas a tocar todo aquello que hace música sin necesidad de tener cuerdas…»

Y caminando como el que se va quitando el peso de la inocencia en cada paso, a la vez que refrescaba mi cuerpo de prendas, me volví hacia él con la mirada puesta de intenciones y apagando una a una las velas que iluminaban nuestros ojos.  Y lentamente, fuimos introduciéndonos en la oscuridad,  dejándonos de ver, sintiendo nuestros cuerpos contra la pared, haciendo del  tacto nuestro sentido protagonista, perdiéndonos entre nuestros cuerpos, sin saber dónde encontrar la boca del otro, con la piel por fuera húmeda y la piel por dentro ardiendo, y un torrente de escalofríos repentino, haciéndonos perder la noción del espacio y el tiempo.

Sin orden,

sin prisa,

con ritmo,

sin pausa,

fuimos creando esa melodía, con silencios, con quietud, con estallidos, con fuerza, con contención, con recreamiento,

con sabor a final, con sabor  a no querer acabar,

con la locura del cuerpo dentro, con el descontrol de la mente fuera,

con el blues en mis venas, con el blues en su miembro,

dejándole hacer, queriéndole hacer,

sin pensar,

sin correr,

sin orden,

sin prisa,

con ritmo,

sin pausa,

con mucho querer,

gastándonos las ganas, como si mañana no volviese a existir el placer…

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