Y de repente, la habitación se quedó sin oxígeno, mis sentidos se colapsaron, no podía ver, ni pensar, ni oír, ni tan siquiera gemir, aquel placer me hizo entrar en apnea. Envuelta por su piel, con el labio mordido y las manos agarradas a la sábana, durante lapsos muy breves de tiempo, conseguía respirar.
Sus susurros…, siempre más profundos que sus caricias, atravesaban sin necesidad de tocarme, mi interior…
Sus labios…, sobre mi cuerpo, dejándose arrastrar por lo que no termina…