Levanté mis manos con todas mis fuerzas y miré al cielo, sin saber en qué otro lugar buscar, pensando que quizás la lluvia podía darme respuestas, que quizás podía darme la fuerza el Sol, pero no llovió, y el Sol ya se había escondido, así que me senté a esperar a las estrellas. Siempre me dijeron que la noche era mágica y yo me lo había creído a pies juntillas. Se abrió la noche y supongo que despedirme del día, de alguna manera me alivió. Fue como quemar una parte de mí, esa parte contaminada por todo lo ocurrido, fue como convertir en cenizas aquel papel en la noche de San Juan con todos tus deseos anotados, con la absoluta certeza de que serán cumplidos. Me sentí abrazada por el cielo estrellado, a veces, lo más solitario, el silencio más ensordecedor, puede ser la mejor compañía. Después de varias semanas con los pies en otro suelo, pude sentirme de nuevo enraizada al mío, me sentí en paz conmigo misma y con el mundo, y esa tranquilidad invocó el sueño, y éste me hizo dormir plácidamente hasta otro día…