A veces se nos queda grande el deseo. La manta realista nos abruma y huimos. La incertidumbre y la vulnerabilidad manejan la balanza, el poder y el control, el anhelado equilibrio. El riesgo lo dejamos para el deporte, decidimos dejarnos llevar por la vida, utilizando el término actual de «fluir» pero no salimos sin el chaleco salvavidas ni antibalas a ninguna parte. Los disparos pasados dolieron, la sensación de ahogo también y el sobrevivir no se olvida ni siquiera por el alivio de la «no muerte».
Pero da igual lo que nos pongamos para protegernos, no servirá de nada que no mires, que no respondas ni que te autoconvenzas de que lo que sentías no era para tanto, porque amigos míos los humanos estamos condenados a caer, y por supuesto, a tener que levantarnos. Cómo un tentempié vamos oscilando, a veces nos creemos los amos del mundo y otras veces sus siervos. Pero toda esta palabrería dramática no tendría ningún sentido si empezásemos a ser, estar y hacer lo que nos va saliendo.