No es momento de perder latidos, necesitamos sangre a borbotones para superar esta lucha. Sangre que se expanda por todo el cuerpo y supere las barreras de lo físico. Que nuevos orificios la segreguen, que su color sea de un rojo candente, que su sabor se grave a fuego y su aroma no sea intermitente. Que despierte tejidos apagados y huecos, e inyecte pupilas en miradas que eran inertes.
No hay venas ni arterias que sostengan lo que de nosotros emana, demasiados días decontención para un alma que lleva mucho tiempo buscando un gran estallido. Es momento de soñar con el corazón en lugar de con la cabeza, de gritar con el estómago y no con la médula, de respirar todo el aire de un golpe, sin miedo a gastarlo, de reventar por dentro y crecer hacia fuera.
Es momento de dejar salir aquellas ramas que llaman “mala hierba”, que en su despertar nos muestran que la vida escapa de nuestro control, y se manifiestan en el lugar y momento inesperado, a veces, incluso cuando no lo deseamos, pero crecen… Así era el mundo y así debe seguir siendo, vital, lleno de mala hierba que destroza aceras y tejados, que habita campos abandonados y que se rebela ante la opresión de la civilización, que crece verde dentro de un mundo gris, que nos enseña que no le dejamos espacio, que no se detiene pese a las trabas que ponemos, que sigue ofreciéndonos, sin pedirnos nada a cambio, raíces en las que sostenernos.