He estado pensando en muchas cosas, querría pensar menos, pero a veces resulta imposible, esta vida está loca, es enrevesada, insatisfactoria y polémica, cuando tiene lo que quiere parece resquebrajarse sola, y cuando no lo tiene, lo busca incesantemente para sellar sus grietas. Supongo que no aguanta la felicidad y es amante de la incertidumbre, le gusta andar siempre sobre el borde de la cornisa, sentir el hoy gracias al acecho del miedo, temblar delante del aquí y ahora, cuando sabe que puede que no exista nada después.
Estamos hechos de cenizas del pasado, el agua del presente sólo hace que apagar fuegos, que de forma irreparable vuelven a encenderse, hechos de trozos quemados y de pedazos ardiendo, vamos caminando solos hacia el futuro. Queremos compañía, queremos abrazos, pero nos ahoga dirigirnos acompañados hacia algo, porque entonces es necesario saber antes de iniciar el camino hacia dónde vamos. Si vamos solos, caminamos sin abrazos, pero también sin principio ni final, no hay paradas establecidas, ni negociaciones necesarias, todo es como va siendo, sin predefinir, ni premeditar.
Desde este querer sin querer, creemos que sabemos lo que queremos, pero no tenemos ni puta idea, ni la tendremos si queremos tenerla, sólo viven realmente la vida, aquellos que aceptan su simpleza, complejizarla sólo resta vida, y al final de todo esto, todos llegamos al mismo punto, queramos ser conscientes de ello o no.
Nos asaltan las decisiones, nos atropellan las indecisiones, nos lamentamos de lo que no hicimos y nos arrepentimos de lo hecho, es una constante aprisionadora, pasándonos por encima y puliéndonos la cabeza. Suertudo el corazón que se libre de tal desasosiego, de ese bombardeo innecesario por y para su cuerpo, de esa injusticia permanente para sus arterias. Tiene la gran ventaja el ser humano, de ser un ser que aprende, no siempre ocurre, pero sucede, y cuando uno aprende, cambia, cambia el modo en que se habla a sí mismo, el modo en que recuerda y el modo en que vive, y la aprisionadora se convierte en una hamaca sujeta a dos árboles, que hipnotiza pensamientos con el sonido de las hojas de los árboles y apacigua el corazón, con el suave viento que la mece. Y entonces, todo lo turbio se esclarece, no existe conflicto alguno, ni el pulso se dispara, la respiración se enlentece, nuestros músculos se relajan, y una siente poder comerse el mundo con un solo paso.
Y así, vamos cagándonos en los pantalones, sintiéndonos el guerrero invencible, a ratos como niños, a ratos como hombres, enfrentándonos o escapándonos, jugando a vivir, aún sabiendo que no es un juego. Y es que nadie nos enseñó a vivir, y muchos menos a abandonar este lugar, por eso vamos ciegos, rodeados de caminos, tapados por montones de arena que los camuflan, dirigiéndonos por aquellos que han sido industrializados para aumentar las probabilidades de ser elegidos para nuestro trayecto. Si nos tomásemos un poco más de tiempo, acabaríamos saliéndonos de la ruta que han preparado a conciencia para nosotros, nos saldríamos de sus posibilidades de control, y empezaríamos realmente a vivir.
No te apresures por tomar decisiones, ni por iniciar el paso, párate, conecta, hacia dónde realmente quieres ir, con quién, disponte a cambiar de pie, a buscar un atajo aunque no aparezca en el mapa, piérdete las veces que hagan falta, pero lucha siempre por volver a encontrarte.